Supercut de un verano que no va a volver
Prólogo del otoño y ejercicio de oversharing
🚀 Diario de a bordo de La Cápsula — 22 de septiembre de 2024
A quien encuentre esto:
Si estás leyendo esto significa que, oficialmente, el verano ha terminado. Sentencia para muchos, esperanza para otros (en su mayoría, detractores del calor, algo que no me es ajeno). La Tierra, orbitando indiferente a todos tus problemas, ha experimentado hoy lo que se denomina equinoccio de otoño, ese momento astronómico en el que la duración del día se equipara a la de la noche en un equilibrio perfecto, marcando el inicio de un robo a mano armada de una media de 3 minutos de Sol al día. 3 minutos de Sol al día. Como consuelo te diré que en el Polo Norte empieza una noche continua de 6 meses de duración. Algo que tampoco me es ajeno.
Si estuviéramos en La la land (2016), este cambio sería mucho más obvio; un titular gigante de letras blancas anunciaría la elipsis temporal que conecta la última escena notoria del verano con la primera del otoño. De alguna manera esto facilitaría mucho las cosas. Me refiero a tener un titular gigante en una capa superior a la que existimos que anuncie con una tipografía legible lo que está pasando. O quizás sí existe y nos movemos ignorantes a él. De cualquier forma, precisamente estos últimos 9 meses los he percibido como una gran elipsis temporal. He releído la primera carta que lancé a La Cápsula y siento esa versión de mí lejana y desconocida. ¿Quién nos ha robado el tiempo?
Como no formamos parte de una película de Damien Chazelle, la enunciación del otoño debemos buscarla a través de otro tipo de señales, como la ropa de entretiempo, el Pumpkin Spice Latte, las 7 temporadas de Gilmore Girls (2000-2007), All Too Well (10 Minute Version)(Taylor’s Version) y un aumento invasivo de la nostalgia. Las temperaturas bajan y también lo hace el ruido de fondo. La gente empieza a cerrar sus ventanas al caer la noche buscando refugio y dejas de escuchar la melodía de las entradillas de las películas que miran en sus televisores y te sientes un poco más solo en medio de todo ese silencio. Mierda.
It’s just a supercut of us
El año nuevo empieza en septiembre, dicen algunos. Para el capitalismo ciertamente es así, (y quiero que notes la ironía inherente en esta próxima frase) septiembre es el mes en el que debemos volver al trabajo más productivos y motivados que nunca, después de un parón vacacional (si has tenido la suerte de tenerlo) en el que, más que descansar, uno se enfrenta a todo aquello que lo frenético de la rutina había estado conteniendo durante el año, como una presa con un mantenimiento irregular. Todas esas cosas que se habían ido acumulando ahí, deteriorando tu salud mental sin darte cuenta. Pausa. Boom. La presa estalla con un gran estruendo y la riada te arrolla, irremediablemente, a ti y a todo lo que encuentra a su paso, como en esa escena de Lo imposible (2012). Antes de que te des cuenta y hayas conseguido secarte y sacudirte los escombros de encima, estás de nuevo sentado en la mesa de tu oficina (o en el suelo del baño, en su defecto, teniendo un cuadro de ansiedad) y cumpliendo una jornada laboral de 8 horas y media a cambio de un sueldo precario rodeado de becarios, (¿será casual que lo único que distinga las palabras becario y precario sean dos letras?), una categoría de la que (visto lo visto) probablemente no se desharán hasta los 70, como De Niro en (valga la redundancia) El Becario (2015).
En realidad, y volviendo al debate del inicio del año, tiene sentido concederle a septiembre la titularidad de los comienzos; agosto es un mes mucho más dado a la catarsis. Uno puede vivir una vida entera durante un verano, muerte incluida. El mío, por ejemplo, ha sido doloroso, esclarecedor, intenso y reparador. Un poco como el cine de Almodóvar. Si trato de armar un supercut de pequeñas escenas aleatorias situadas en el lapso de días que acotan la estación del verano (20 de junio al 22 de septiembre) quedaría algo así:
[INT. ESTADIO WEMBLEY DE LONDRES — NOCHE]
Taylor Swift canta durante 3 horas y media en el The Eras Tour. Un grupo de personajes canta al unísono (absolutamente fuera de sí), todas y cada una de las canciones que componen el setlist.
[INT. PISO — DÍA]
Dos personajes se despiden. Uno se queda. El otro se va.
[EXT. PLAYA — DÍA]
Tres personajes comparten un día de playa. Uno de ellos se abrasa la espalda completamente ajeno a ello.
[EXT. TERRAZA CASA — NOCHE]
Dos personajes, madre e hijo, comparten una sobremesa nocturna a la fresca mientras miran una película mala en la televisión.
[EXT. TERRAZA DE BAR — NOCHE]
Dos personajes bromean sobre la idea de lo que han denominado ser un luchador del amor.
[INT. COCHE — DÍA]
Un grupo de personajes viaja a Pamplona. Es su viaje veraniego anual.
[EXT. MONTAÑA — DÍA]
El grupo de personajes de la escena anterior comparte un abrazo colectivo. No está siendo fácil.
[INT. DISCOTECA — NOCHE]
Un grupo de personajes baila completamente ebrio. Suena Club Classics de Charli XCX.
[EXT. TERRAZA CASA — TARDE]
Un personaje escribe esta carta.
[FIN DEL BRAT SUMMER]
Despropósitos de año nuevo
En septiembre también renovamos los votos del compromiso a los propósitos de año nuevo. ‘‘No, no, pero ahora que llega septiembre me pongo en serio’’. ‘‘Me he lo he propuesto a partir de septiembre’’. ‘‘En septiembre empiezo de cero’’. Son los titulares que ocupan las portadas de todos los que fallamos estrepitosamente al borrador inicial del listado que elaboramos en enero. Yo incluso me he comprado un diario, como en El diario de Bridget Jones (2001) para esta segunda (?) parte del año. Veamos lo que nos depara esta secuela estacional.
Más que los propósitos, me interesan los despropósitos, y entendamos en este texto la palabra despropósito como aquellas cosas que ya hemos materializado y cumplido más allá de su manifestación. Algo que ha dejado de ser un propósito, vamos. Como todos, yo también tengo objetivos mundanos que he conseguido (o estoy en proceso de hacerlo) durante este verano:
Ir más al cine solo
Terminar esa saga de libros que tenía atragantada
Alinearme los dientes
Volver a la psicóloga
Conseguir correr por debajo de 5 minutos el kilómetro (ugh)
Teñirme de rubio
Escribir más. Sin juzgar la calidad de la escritura. Simplemente escribir más.
En cuanto a mi imaginario cinematográfico, este verano también he conseguido expandirlo, reduciendo considerablemente mi watchlist (aunque crece de la misma forma que mengua) y he visto un pequeño porcentaje de todas aquellas películas que se entienden de culto. Ese tipo de películas que, al confesar que no has visto, desatan una reacción en cadena de mandíbulas desencajadas y exclamaciones del tipo ‘‘¿CÓMO QUE NO HAS VISTO ESTA PELÍCULA?’’. La lista, te la dejo también aquí, por si tú, de la misma forma que yo, quieres acallar a tu síndrome del impostor (o sencillamente tener más background cinéfilo):
¡Olvídate de mí! (2004)
El diario de Bridget Jones (2001)
Alien (1979)
El sexto sentido (1999)
El Show de Truman (1998)
El silencio de los corderos (1991)
Bring it on (2000)
Beetlejuice (1988)
Cantando bajo la lluvia (1952)
París, Texas (1984)
Y sí, por increíble que parezca, hasta este verano no había visto ninguno de esos títulos. Ver más cine, en general, es un propósito permanente para mí.
¡Ah! Se me olvidaba.
Precisamente en esta línea, traigo un pequeño presente para ti, que estás leyendo este comunicado espacial carente de sentido. He elaborado un pequeño juego, algo que podríamos bautizar como un bingo cinéfilo. El objetivo es animarte a ver más cine (si es que tienes ganas de hacerlo). Adjunto a esta carta encontrarás el cartón que he diseñado. Haz con él lo que consideres, la idea es que vayas tachando los espacios de esa cuadrícula y viendo una película de tu elección, dentro del tema que cada número propone, hasta que grites BINGO. Puedes imprimirlo, puedes guardarlo en tu móvil, puedes mandárselo a alguien como excusa para hacer algo juntos. Ahora es tuyo.
Purgatorio, purgatorio, purgatorio
Bueno, y el amor. Septiembre es ese mes en el que los amores de verano mutan y se transforman, como cuando tu personaje favorito obtenía un makeover con un nuevo outfit increíble (sí, hablo de las Winx (2004-act.)) o, por el contrario, se terminan en una despedida abrupta, pero consentida por ambas partes.
T. me ha contado que ha conocido a alguien. Su aversión hacia los hombres se ha visto considerablemente mermada frente a lo que parece el final de una serie de desencuentros amorosos. Le envidio y siento mucha alegría por él. Me habla de cómo se siente, de cómo, a pesar de todo, le ha sido posible desarrollar un vínculo afectivo estable con alguien. Veo en él a Jennifer Lawrence en El lado bueno de las cosas (2012), a Shirley MacLaine en El Apartamento (1960), a Julia Stiles en 10 cosas que odio sobre ti (1999) y me muestra el camino hacia el optimismo romántico en este aquelarre que formamos de brujas hastiadas por el empeño de los hombres de quemarnos vivas (de alguna manera tenía que meter una referencia sobre brujas, ¡casi es Halloween!).
A la mierda. Me instalo Tinder de nuevo. ¿Qué? (A Grindr he renunciado. Ahí solo soy una versión de Andrew Lincoln en The Walking Dead (2010-2022), huyendo de hordas de zombis desprovistos de cualquier tipo de control o humanidad). Me autoengaño para convencerme de que, igual que T., quizá yo también podría tener un momento así. Espera pero, ¿quiero tenerlo? Me encuentro a las mismas personas que estaban ahí hace 1, 2 o 3 años. ¿Qué hago aquí? Me pregunto si consiguieron abandonar en algún momento, aunque fuera brevemente, este purgatorio afectivo. ¿Han estado aquí todo este tiempo? Quizá no han querido hacerlo. Y, si ellos han estado aquí hasta ahora, ¿qué me hace pensar que no me convertiré en uno de ellos? Estancado, como ese fantasma de A ghost story (2017) que no es capaz de abandonar el perímetro del lugar en el que falleció, desprovisto de identidad, cubierto con una sábana, y viendo cómo el mundo avanza inexorable, mientras actúa de observador. Purgatorio. Purgatorio. Purgatorio.
Escribo una cita de Shrek 2 (2004) en mi biografía. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Es una obra magna del cine. Que parezca que no me tomo esto en serio, pero que a su vez constituya una excusa para iniciar una conversación más allá del ‘‘Hola, ¿qué tal?’’. Si identifican la cita, ya tendremos algo en común, supongo. Acumulo un compendio de matches que desembocan en una serie de conversaciones superfluas y vacías. Resoplo. ¿Qué esperabas? Bloqueo el móvil. ¿Rendido? Me tumbo en el sofá. Acaricio a mi gato y hago las paces con la hipérbole voluntaria de que probablemente voy a morir solo. Suena Slim Pickins de Sabrina Carpenter. Me planteo adoptar otro gato. Al fin y al cabo, si hay una relación poliamorosa que estoy dispuesto a tolerar, es esta. Abro Netflix. Me pongo un slasher malo. Me quedo mirando a la televisión sin procesar las imágenes que bailan en la pantalla como Bella a esa ventana en Luna Nueva (2009), esperando, no sé muy bien el qué. Purgatorio. Espectador. Hastío.
[Algunos de los hechos narrados en esta carta se han dramatizado con fines literarios, no soy tan exagerado.]
[Mentira, sí lo soy.]







